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Milei, entre Bilardo y Foucault

Gustavo Marangoni
Gustavo Marangoni

22 de Abril de 2024 | 02:21
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Sin dudas existen sobrados y justos motivos para criticar a la dirigencia política tradicional. Posiblemente haya menos argumentos para posicionar como víctimas a los empresarios más poderosos de la Argentina reunidos en el Hotel Llao-Llao el viernes pasado. La condena del presidente Milei a los senadores por el aumento de las dietas y el aplauso a los segundos por evadir impuestos y fugar divisas constituye una representación exacta de la narrativa oficial.

Victimarios y víctimas, villanos y héroes, como toda buena historia que se precie. Se trata de un libreto simple, estridente y muy eficaz a la hora de alimentar los apetitos de sus votantes: hay quienes legislaron malos tributos (y no quieren aprobar los buenos) y obligan a otros a incumplirlos como solución espontánea y natural. Se trata de un mecanismo interpretativo tan arbitrario como su opuesto K, aquel que describía una política débil y prisionera de los grupos económicos concentrados.

Está claro que hace rato los gobiernos argentinos de todo tipo y color están más interesados en encontrar culpables que soluciones, quizás porque es más sencillo encontrar públicos indignados que funcionarios idóneos. Lo primero requiere un casting menos exigente y mano de obra poco calificada. Alcanza con saber insultar y gritar, ya sea en actos públicos o en X (ex Twitter) Cierto es que estos textos requieren de contextos adecuados. La post-convertibilidad habilitó el regreso del Estado (que degeneró en estatismo bobo) tanto como las desilusiones de la última década abrieron la puerta al regreso de los mercadso (aunque sean exclusivamente el financiero).

El 2001-2002 de hiper desocupación fue el principio del fin del bipartidismo y el 2023 estanflacionario el del bicoalicionalismo. Aunque detrás de las rupturas se esconden continuidades. Y en nuestro país estas se manifiestan en la falta de sustentabilidad de los esquemas que se aplican. Apalancados en una coyuntura favorable y en la captura del humor social los nuevos liderazgos confían mucho en su carisma y poco en todo lo demás. Esa dinámica los subordina más que en otras geografías a anabolizar la comunicación.

Si para Juan Bautista Alberdi gobernar era poblar y para Juan Perón crear trabajo, ahora gobernar es comunicar. Y en este caso, comunicar castigos. Castigar a la casta tiene premio. La batalla cultural que enarbola la Libertad Avanza inspirándose en el intelectual comunista italiano Antonio Gramsci ha incorporado a otro estandarte de la progresía vernácula: el filósofo francés Michael Foucault.

Ejercer la presidencia es vigilar y castigar. Desde el panóptico digital se aplican las cancelaciones y aprobaciones en tiempo real. Una suerte de stalinismo incruento y virtual. Se trata de una tarea que no admite descanso: alimentar la imagen de un líder que lucha contra todo y contra todos los que representan un sistema de privilegios.

Para la visión anarco-capitalista, Estado y políticos es una dupla nefasta e intrínsecamente culpable. Al menos medio país está dispuesto a tolerar privaciones si obtiene a cambio su cuota diaria de humillaciones para los “personeros del fracaso”.

Los sadomasoquistas también gozan. Para un mandatario que se reivindica bilardista la fórmula rinde porque le permite disputar con buenas posibilidades el partido de la opinión pública y, a la vez, hacer tiempo a la espera de los goles decisivos. Ha logrado anotar de local en materia cambiaria (mantener estable la relación peso-dólar) en la acumulación de reservas del Banco Central, el descenso del riesgo país. Y ha perdido de visitante con el Congreso y la Justicia.

Pero domina el juego y se luce en algunos amistosos internacionales.

Hasta aquí lo acompañan mucho en los palcos y también desde algunas bandejas de las populares del interior. Aunque le recelan desde las plateas y las populares del conurbano.

Cuenta con la ventaja que le dan rivales gastados y sin variantes. Pero sabe que tiene que cuidarse porque son mañosos, conocen bien el campo de juego y buscan revancha todas las fechas.

Logró anotar de local en el tema cambiario. Perdió de visitante con el Congreso y la Justicia

El equipo oficial tiene un solo león y muchos corderos. Él capitán se luce, el resto del equipo es una discreta y extraña combinación de pibes de reserva y veteranos. Enfrente, por ahora, todos picapiedras.

La confianza de ambos clubes está en el “gol de oro”. Para el gobierno es la baja sensible de la inflación. Para la oposición, el aumento del malhumor social.

Unos miran atentos el Índice de Precios al Consumidor que anuncia mes a mes el INDEC. Los otros las facturas de servicios y su impacto en los bolsillos de familia y empresas. Mientras tanto sobreactúan las faltas recibidas, protestan cada jugada y miran al VAR, encarnado en una Corte Suprema de tiempos vaticanos y modales bizantinos.

 

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